Una vez escuché que había que hablar de aquello de lo que uno de verdad sabe hablar. Y normalmente cuando uno lee un blog de Historia se imagina a varios expertos hablando sobre la materia. Y en este caso, es así.
Aquí en Historia Humana somos expertos en Historia, que hablan sobre Historia. Ahora bien, una pregunta que me hago y que me parece interesante compartir con los demás, con vosotros lectores que estáis leyendo estas líneas.
¿Qué entendemos por ser un experto en la materia? ¿Entendemos a alguien que ha oído algo de aquello que habla? ¿Entendemos a alguien que ha visto en persona aquello de lo que habla? ¿O alguien que lo ha estudiado aunque jamás lo ha visto? Imagino que puede ser un cúmulo de todas estas opciones, si no más.
En mi caso, como Profesor de enseñanza secundaria de la asignatura Historia de españa, aquí en un Instituto con sección española, debo decir que a pesar de nuestra interesante trayectoria como nación, además de aquellos Reyes Católicos – los nuestros – que se lanzaron unificar la península, hay una unificación que espero todavía aún más.
Eso unificación tal vez, si acaso llega, es la de Europa. Una Europa en la que creo, pero en la que no creo como la estamos viendo hoy. Y de ahí viene mi pregunta: un historiador, ¿debe hablar de los suyo, no es así? Great adult dating service.
Tal vez me interesa Europa porque vivo en el centro de ella, en la República eslovaca donde los aires que traen los políticas del país no son tan proeuropeistas como parece, o de hecho, como tan descaradamente sabemos.
Es curioso pero en España, pienso, salvo equivocación grave, somos muy europeístas. En Eslovaquia no. En Eslovaquia muchos hablan de una Europa sin corazón. En Eslovaquia muchos hablan de una Europa con el Dios cristiano dejado de lado, como pasó con el régimen comunista que también tuvo su final, achacable por algunos a esta causa.
Pero Europa, si nos ponemos más pragmáticos, simplemente es la que nos trae a Eslovaquia inmigrantes que no queremos, la que hace que esto sea un caos y que los pequeños países de centroeuropa, cómo son los 4 países de Visegrado (a saber, la República Checa, Eslovaquia, Hungría y Polonia) no tengan apenas poder de decisión en este cúmulo de países que algunos llaman familia.
Pero ante todo, todo esto me hace pensar de la maleabilidad del ser humano. Salí de España en 2014, en octubre, y meses antes tenía en mi casa una bandera pequeñita de la Unión Europea gobernando mi escritorio.
Hoy día, no digo que no me guste Europa, puesto que en realidad es un continente del que estoy profundamente enamorado, pero por otra parte, no deja de ser cierto que esa bandera de Europa ya no lo tengo mi habitación.
Y pienso que todo afecta: en España somos muy positivos, muy optimistas y altruistas, muy abiertos a la gente por naturaleza. Aquí es distinto. Aquí, hay un cierto a pesar general sobre la población, debido posiblemente a que por mucho que trabajes, no basta nunca y ni siquiera te harás un poco más rico. Tal vez vivas al día y ahorres un poco: pero no más.
Tal vez sea eso, o tal vez el pasado rojo que tuvo a este país retenido como satélite soviético, aunque haya excepciones, pero sin irme por las ramas lo que quiero decir es que según a donde vayas en el continente te encuentras una cara de Europa u otra.
Y yo en Košice he descubierto que Europa tiene 1000 caras, no sólo la que veía en España. Y que son caras que, todas ellas, pueden estar igual de equivocadas: o de acertadas.